Sigo inmersa en las primeras ocasiones. La primer
clase, el primer salón, el primer amigo; justo cuando te das cuenta de lo
valioso que es eso que te queda en la memoria, sea bueno o no.
Me quedé perpleja porque toda la clase, a excepción
de dos de nosotros, son de China. La otra chica es de Taiwán, así que soy la
única mexicana, latinoamericana y americana que se encuentra en clase. Es
complicado porque mi nombre vagamente lo pueden decir, es un esfuerzo constante
por poderlo pronunciar y hasta las profesoras parecen un poco atormentadas por
el hecho de tener que decir un apellido tan largo y, sobre todo, romanizado.
Recuerdo bien que cuando estaba en Guadalajara, era
fácil encontrar a chicos de intercambio y pensar que podrían ser independientes
y lograr cualquier cosa pero es verdad que en este punto, observando su entorno,
me parece un logro total y es cuando me han llegado varias preguntas, ¿ellos
nos verán a todos iguales?
Es a lo que quiero llegar.
Usualmente, las personas tienden a desvalorizar las
cosas, o quizá, a hacerlas ver de forma inferior, riendo de cosas que
probablemente no conocemos o de las que podemos estar asustados. Y me refiero a
los comentarios de “Todos los chinos son iguales” o “¿Corea, Japón y China?
¿Cuál es la diferencia? Todos tienen los ojos rasgados”. Estos comentarios, a
pesar de que tienen un trasfondo “divertido”, actualmente me parecen totalmente
estúpidos.
Hemos crecido con la idea que las personas asiáticas
son extrañas, es un ciclo constante en el que nos hemos alimentado de creencias
que son quizá, erróneas y que nos han orillado simplemente a marcar etiquetas
en seres humanos, algo que hasta nosotros mismos, seamos latinoamericanos o no,
hemos vivido durante mucho tiempo.
Cada uno tiene un país de origen, y deberíamos de
estar orgullosos de ello, porque es nuestro hogar y nuestra cultura, es a donde
pertenecemos y es lo que dice quién eres realmente; sin importar nacionalidad,
creo que es importante reconocer el país de origen de cada uno porque es la
identidad de cada uno, dejando de lado las características físicas, similares o
diferentes.
No todos los japoneses tienen ojos rasgados,
claramente, este año fue el caso de la participante a Miss Universo por parte
de Japón.
Fotografía de Miss universo Nagasaki (Japón) 2015
Es sorprendente saber que el estereotipo de belleza
en este lado del mundo sea tan riguroso, las mujeres están casi obsesionadas
por tener el ojo más grande, sometiéndose a cirugías y usando pupilentes, acostumbrándose a rutinas dolorosas, intentando alcanzar lo que para ellas es la perfección,
cuando en realidad, la característica de tener los ojos rasgados, a mi parecer,
es parte de su belleza y cultura.
No me pongo a criticar estereotipos de belleza,
costumbres o bromas respecto a los asiáticos, simplemente deseo compartir que,
a pesar de que seamos de México, China, Japón, Corea, Brasil, Francia o
Alemania; todos seguimos siendo lo mismo: seres humanos. Todos somos iguales,
buscamos felicidad y una buena calidad de vida, buscamos afecto y
aceptación, buscamos sobrevivir a como de lugar. Entonces, ¿importa si todos
nos vemos igual?